El pequeño hoplita

Título: El Pequeño Hoplita
Autor: Arturo Pérez Reverte
Ilustraciones: Fernando Vicente (en color)
Editorial: Alfaguara
Serie: Mi Primer
Primera Edición: 2010
Lugar: Argentina
ISBN: 978-987-04-1647-0
Edición: en rústica
Dimensiones: 25cm x 23cm
Páginas: 40


Las ilustraciones que ha diseñado Fernando Vicente para este libro álbum son excelentes, su trabajo es impecable.  El pequeño hoplita narra, muy sintéticamente, la historia de la batalla de las Termópilas, tomando como protagonista a un niño, que acompaña a los trescientos espartanos comandados por Leónidas. "Éranse una vez trescientos hombres valientes que iban a morir. Trescientos hombres y un niño", así comienza este relato, que consiste en una abierta exaltación del valor y de la guerra en defensa de la libertad. Después de la traición, que transforma la batalla final en una autoinmolación de los espartanos, Leónidas le ordena al niño volver a la ciudad, dicéndole: "Contarás en Esparta que caímos aquí en defensa de sus leyes". El chico protesta, porque quiere quedarse a luchar, pero Leónidas insiste: "Irás, porque eres un hoplita de Esparta. Y la obligación de un espartano es no sólo combatir, sino obedecer". Finalmente, el niño se pone en marcha, "muy triste porque habría deseado quedarse y morir con ellos." Llega a Esparta, donde se reencuentra con su madre y narra lo ocurrido a los ciudadanos. Con los años, se casa, tiene un hijo y regresa a las Termópilas "para vigilar el desfiladero que defiende a los hombres libres." No tengo mucho más que acotar. Las imágenes son geniales, la narración es implecable. De la historia, en cambio, sólo puedo decir que no se la leería a mi hijo. Primero, porque si bien puedo entender que los adultos  se sientan eventualmente obligados a combatir para defender la libertad, considero que los niños tienen que jugar, no ser estimulados a emular las prácticas bélicas. Y, en segundo lugar, porque, francamente, pienso que el deber de un buen ciudadano -aquí o en Esparta- no tiene que ver, necesariamente,  con "obedecer", como propone esta historia. Arturo Pérez Reverte es un gran escritor, aunque, en mi modesta opinión, creo que la literatura infantil no es su género.

Historias de la guerra de Troya

Título: Historias de la Guerra de Troya
Adaptación: Nicolás Schuff
Ilustraciones: Kabe (en blanco y negro)
Editorial: Estrada
Serie: Azulejos Niños (Naranja)
Primera Edición: 2008
Lugar: Argentina
ISBN: 978-950-01-1028-0
Edición: en rústica
Dimensiones: 19cm x 14cm
Páginas: 88

 
  
  
Índice: Aquellos antiguos cantores griegos - p. 4 / Los poemas de Homero - p. 5 / La manzana de la discordia - p. 7 / Guerra - p. 13 / Pasan los años - p. 17 / Aquiles se enoja - p. 21 / Un sueño engañoso - p. 27 / Vuelve Aquiles - p. 31 / El caballo de madera - p. 37 / La vuelta de Ulises - p. 43 / Los cíclopes - p. 47 / Una basurita en el ojo - p. 53 / El dueño de los vientos - p. 57 / Los encantos de Circe - p. 61 / Extraños Peligros - p. 67 / Calipso y Alcinoo - p. 71 / Lo que pasa en Ítaca - p. 77 / El último truco de Ulises - p. 81 / Actividades - p. 84 / Para comprender la lectura - p. 85 / Para escribir - p. 85 / Para integrar - p. 86.

Esta adaptación de la saga de la guerra de Troya –desde la aparición de Discordia en la boda de Tetis y Pelo, hasta el reencuentro de Odiseo con Penélope– resultará, sin dudas, sumamente entretenida para cualquier chico al que le guste escuchar o leer buenos relatos. Nicolás Schuff ha encontrado, con una habilidad digna de elogio, la manera de contar cronológicamente la historia sin desentenderse del todo de los textos homéricos. Lo consigue, además, desplegando un humor sencillo, que sus oyentes y lectores seguramente sabrán apreciar. Cuando Menelao grita "El cobarde de Paris se fugó a Troya con mi mujer y mis tesoros", por ejemplo, el narrador acota "En aquella época, decirle a alguien cobarde era peor que cualquier cosa." La presentación de Calcante es también muy graciosa: "A veces veía el futuro con claridad y, otras veces, más o menos. A veces inventaba un poco. Pero los griegos le creían." Y cuando Penélope dice "Elegiré a uno de ustedes el día que termine de tejer esta tela", el narrador explica: "Que era como decir: el día que las vacas vuelen." Su adaptación de la historia de Odiseo es muy buena, pero el verdadero desafío en el que se embarca Schuff es el de contar la Ilíada con un poco de humor, sin traicionar el texto ni mostrar más cadáveres que palabras.  Destaco, entonces, en particular, el excelente trabajo que hace este autor, en los primeros seis apartados del libro, donde sintetiza la guerra de Troya. Se trata, sin dudas, de una obra sumamente recomendable, narrada de manera impecable y con bellas ilustraciones de Kabe, entre las que sobresale, particularmente, su representación de la tormenta desatada por Poseidón, en la página 75. Sobre las actividades finales para comprender la lectura, para escribir y para integrar, no voy a explayarme. Se relacionan con la naturaleza escolar de la "Colección Azulejos" de Estrada. Confío en que tenemos docentes inteligentes, que no precisan, por suerte, esas muletas. No obstante, sí resultan sumamente dignos de mención los dos breves textos iniciales del libro "Aquellos antiguos cantores griegos" y "Los poemas de Homero": son  excelentes.

FRAGMENTO
Aquiles se enoja (pp. 21-26)

    Aquiles se preocupó mucho. No sabía lo de Criseida, y por eso no entendía el motivo de semejante desgracia. Entonces, reunió a Agamenón, Menelao, Ulises, Néstor, Áyax y el resto de los jefes griegos. Había que detener la peste.
    –Consultemos a Calcante –propuso.
    Calcante tuvo miedo de decir la verdad y de que Agamenón se enojara con él. Pero confió en Aquiles, y contó lo que pasaba. Agamenón había ofendido a Crises, y Apolo los estaba castigando por eso.
    –Si no devuelven a Criseida –explicó Calcante–, moriremos todos.
    Agamenón se puso furioso. Se encaprichó con que Criseida era suya. Sólo la devolvería si le daban a cambio otra muchacha igual de bella y amable.
    –¡Perro avaro y egoísta! –le gritó Aquiles–. ¡Estás poniendo en peligro a todo el campamento!
    –¡Tú te callas! –contestó Agamenón–. Yo soy el jefe supremo. Si no hay más remedio que devolver a Criseida, elegiré a otra muchacha. ¡Aunque esté contigo!
    Aquiles apretó los puños con fuerza. Él sabía que, sin su ayuda, los griegos jamás conquistarían Troya.
    Se hizo un corto silencio, que Néstor aprovechó para hablar. Era el más viejo y experimentado de los jefes allí reunidos. Sus prudentes consejos solían ser respetados. Néstor pidió calma.
    –Príamo y sus hijos se alegrarían si nos vieran discutir de esta manera –advirtió con voz grave y serena.
    Pero la furia de Aquiles no cedía.
    –Yo no estoy bajo las órdenes de nadie –dijo, mirando fijamente a Agamenón–. No me amenaces, porque me vuelvo a casa con mis hombres.
    Y ya estaba dándose vuelta para irse cuando escuchó que Agamenón murmuraba:
    –Haz lo que quieras. Pero antes de que nos abandones, voy a ir a tu carpa y me voy a llevar a Briseida.
    –Briseida era una joven que Aquiles había traído luego de uno de sus viajes. Vivía con él y se llevaban muy bien. Por las noches conversaban hasta muy tarde y se contaban historias. Ella le contaba secretos de mujeres, y él le explicaba, por ejemplo, cómo se atrapa un jabalí.
    La idea de que Agamenón se quedara con Briseida puso a Aquiles como loco. “Yo lo mato”, pensó. Y empezó a sacar su espada. Pero antes de que pudiera seguir, sintió una mano que le tocaba el hombro y una voz que le hablaba al oído.
    Era Atenea, la diosa que, junto con Hera, quería destruir Troya. Al escuchar la discusión entre Aquiles y Agamenón, Atenea pensó: “Si se pelean entre ellos, nunca derrotarán a los troyanos”. Y viendo que Aquiles iba a sacar su espada, bajó volando del Olimpo, le tomó la mano  le habló al oído. Nadie más que Aquiles podía verla o escucharla. Para el resto, era invisible. Atenea le susurró a Aquiles.
    –No mates a Agamenón. Dile lo que quieras, pero guarda tu espada. Dentro de unos días, él irá a buscarte y te pedirá perdón. Además, para compensarte, te ofrecerá valiosos tesoros.
    Aquiles obedeció a la diosa. Respiró hondo, envainó su espada y trató de calmarse. Antes de irse, eso sí, insultó a Agamenón de arriba abajo.