La Eneida contada a los niños

Título: La Eneida contada a los niños
Autor: Publio Virgilio Marón
Adaptación: Rosa Navarro Durán
Ilustraciones: Francesc Rovira (en color)
Editorial: Edebé
Serie: Clásicos Contados a los niños
Primera Edición: 2009
Lugar: España
ISBN: 978-84-236-9414-3
Edición: cartoné
Dimensiones: 24,5cm x 20cm
Páginas: 208

Rosa Navarro Durán realiza una excelente adaptación de la Eneida, respetando la estructura narrativa de la obra y el contenido secuencial original de los cantos. Sorprende gratamente el ingenio con que logra suprimir detalles y, a la vez, no obviar ninguno de los símiles relevantes del texto virgiliano. El lector adulto lamentará, no obstante, la ausencia de Camila, del episodio de Niso y Euríalo y de los juegos en honor de Anquises, recortes arbitrarios, pero seguramente necesarios para no exceder los límites que impone toda adaptación. En resumen, Navarro Durán cumple cabalmente la propuesta del título: ha escrito una Eneida que los niños más pequeños podrán escuchar de sus padres, acompañados por las maravillosas ilustraciones de Francesc Rovira, pero cuya lectura podrá ser abordada también por los chicos más grandes. Sin lugar a dudas, un libro para tener a mano en la biblioteca de casa.

Índice: La Tempestad y la calma - p.5 / Venus se aparece a su hijo Eneas - p.12 / Eneas llega a Cartago: el encuentro con la reina Dido - p.18 / Eneas cuenta la historia de Sinón y el caballo de Troya - p.25 / La ciudad en llamas 35 / Eneas va en busca de los suyos - p.43 / La marcha de Troya - p.49 / Las sucias Harpías - p.52 / Las profecías del rey Heleno - p.58 / Navegando acia Italia: la isla de los Cíclopes - p.63 / El amor de Dido por Eneas - p.73 / La partida de Eneas y el dolor de Dido - p.83 / La mala fortuna persigue a Eneas - p.93 / La Sibila de Cumas - p.102 / La rama de oro y la entrada en las moradas infernales - p.107 / En las Llanuras del Llanto y en los Campos Elíseos - p.118 / Se cumple la profecía de la Harpía - p.125 / La furia de Juno - p.133 / Eneas busca aliados - p.141 / Las armas de Eneas - p.148 / El ataque de Turno al campamento Troyano - p.155 / La muerte de Palante - p.167 / La insensata tozudez del rey Turno p.177 / La última batalla - p.185 / El combate entre Eneas y Turno - p.197.

  
FRAGMENTO
El amor de Dido por Eneas (pp. 73-82)
 
La reina lo había estado escuchando sin perderse una sola palabra. No podía dejar de mirar al apuesto troyano, porque el Amor le había impreso su imagen en el alma.
    Cuando todos se van a descansar, ella no puede dormir: ve por todas partes la figura de su amado Eneas. Sus palabras siguen resonando en sus oídos.
    A la mañana siguiente habla con su hermana Ana. Las dos son inseparables y se quieren muchísimo. Dido nunca hace nada sin decírselo a ella.
    –Ana, hermana mía, ¡no puedo dejar de pensar en nuestro huésped, en Eneas! ¡Qué valiente, qué guapo, qué bien habla! Creo que es hijo de alguna diosa. ¡Cuánto ha sufrido y cómo ha sabido vencer tantas dificultades! Si no fuera porque decidí no volver a casarme nunca, lo haría con él. Sólo me atrevo a decírtelo a ti, hermana mía. Desde que murió Siqueo, mi querido esposo, nadie más había entrado en mi corazón; pero ahora siento que renace dentro de mí el viejo fuego del amor.
    Y nada más confesar a su hermana lo que siente, se echa a llorar desesperadamente.
    Ana le dice entonces:
    ¡Hermana, más querida para mí que la luz del día! ¿Has de consumir tu juventud en soledad y en tristeza? Has rechazado a todos tus pretendientes, al rey Yarbas y a otros muchos, pero ¿has de huir también de este amor que te cautiva? Estás rodeada de enemigos y te amenazan crueles guerras. Yo creo que los dioses han traído a estas costas al troyano Eneas para que tu reino sea más fuerte. Ruega a los dioses que así sea e inventa excusas para retener aquí al príncipe troyano y a los suyos. Te será fácil porque sus naves están rotas, y las borrascas revuelven los mares.
 
 
    Las palabras de su hermana tranquilizan a Dido y llenan de esperanzas su enamorado corazón. A partir de ese día, se desvive para que Eneas se sienta a gusto en su palacio. A veces le lleva a las murallas para enseñarle la riqueza de su reino. Otras, al caer la tarde, le ofrece banquetes y le pide que le cuente de nuevo los desastres de Troya.
    La reina no tiene fuerzas para vigilar el trabajo de los suyos, que están construyendo aún la nueva ciudad. Sólo puede pensar en Eneas. Y las obras de su ciudad y de su puerto quedan paradas.
 


    Al ver Juno el amor que la reina Dido siente por Eneas, piensa que podría ser la solución al miedo que ella tiene de que el troyano consiga su empresa. ¡Si se quedara allí...! Y, astuta, decide hablar con Venus y pactar con ella la boda entre los dos.
    Pero la diosa de la hermosura se da cuenta de que Juno sólo quiere favorecer a Cartago y llevar el imperio a las playas africanas. Decide concederle lo que pide, aunque está ya maquinando otra cosa para evitar ese final. Y le dice:
    No sé si Júpiter querrá que se junten en una sola ciudad los troyanos y los tirios. ¿Tú crees que aprobará esta mezcla de pueblos? Claro que tú eres su esposa y a ti te toca conseguirlo. Tú empieza. Yo te seguiré.
    Déjamelo a mí -le contesta Juno. Te voy a decir cómo vamos a lograr que se unan. En cuanto amanezca, Dido y Eneas van a ir a cazar al monte. Yo voy a provocar una tormenta espantosa, haré temblar con truenos el cielo. Todos huirán. Yo guiaré a la reina y al príncipe troyano a una cueva del monte. Allí tú y yo seremos testigos de su boda.
    Venus le dice que sí enseguida, aunque por dentro va riéndose de haber descubierto los planes de la poderosa diosa.
    Todo sucede como habían planeado Juno y Venus. Estalla una gran tormenta, con granizo mezclado con furiosos aguaceros. Los cazadores se dispersan buscando diversos refugios. Elisa Dido y Eneas llegan a la misma cueva y allí se confiesan su amor.
 
 
    A partir de ese día, no ocultan ya sus sentimientos.
    Y la Fama, la más veloz de todas las plagas, extiende enseguida la noticia. Es un monstruo horrendo y enorme. Tiene el cuerpo cubierto de plumas y, debajo de cada una de ellas, hay uno ojo que siempre vigila todo lo que pasa. Y junto a cada ojo, una lengua y una boca que no cesa de contar lo que ve. De noche vuela entre el cielo y la tierra sin que nunca el sueño cierre sus ojos. De día se instala, como una centinela, encima de un tejado o de una torre,  y llena de espanto las grandes ciudades, porque lo cuenta todo: lo verdadero y lo falso.
    Fue ella quien le contó los amores de Dido y Eneas al rey Yarbas, que había querido en vano casarse con la reina. Furioso al oírlo, porque se sintió despreciado, se va a quejar al dios Júpiter:
    ¡Poderoso Júpiter! ¿Oyes esto? ¿Es que temblamos tontamente cuando tú haces vibrar tus rayos? ¿Acaso esos relámpagos que nos aterran son solo murmullos que no hacen nada? ¡Esa mujer, que llegó huyendo a mis fronteras y me compró el derecho de fundar una ciudad en mi tierra, no quiere casarse conmigo y, en cambio, tiene a Eneas como señor de su reino! ¿De qué me sirve adorarte en mis templos?
    Júpiter escucha sus palabras y, al momento, llama a su mensajero, el dios Mercurio. 
    Hijo, vete inmediatamente a hablar a Eneas. Dile que ése no es su reino, que su destino es Italia. Y si no le importa a él conseguir la gloria, adviértele que no puede quitársela a su hijo Ascanio. ¿En que está pensando ahora viviendo en medio de una nación enemiga? ¡Que se embarque! ¡Se lo mando yo!
    Mercurio se calza las sandalias aladas que le permiten volar con la rapidez del viento. Con su báculo, el caduceo, empuja a los vientos y atraviesa nubes borrascosas.
    Volando ve la cumbre de Atlante, el gigante que sostiene con sus hombros el cielo y que es ya un enorme monte. La frente del gigante Atlante, llena de pinos, está siempre rodeadade nubes negras. Sus hombros están cubiertos de nieve. De su rostro nacen ríos caudalosos y el hielo blanquea su oscura barba.
    Luego el dios Mercurio se lanza hacia el mar como el ave que vuela rasando las aguas donde hay pesca, y se dirige a la playa arenosa de Libia.
 
 
    Al llegar a Cartago, ve a Eneas dando órdenes a los hombres que ponen los cimientos de las fortalezas y de las casas de la nueva ciudad. Se acerca a él y le dice:
    ¿Qué haces plantando los cimientos de la soberbia Cartago, sometido a una mujer, mientras olvidas tu reino y tus empresas? ¡El propio Júpiter me ha mandado que te diga todo esto! ¿En qué estás pensando? ¿Por qué pierdes el tiempo aquí, en Libia? Y si a ti nada te importa ya, olvidado de tu gloria, al menos piensa en tu hijo, en Ascanio, a quien los dioses tienen destinado el reino de Italia y la tierra romana.
    Y sin esperar respuesta, Mercurio se desvanece ante la vista de Eneas, confundiéndose con el aire.
    Eneas se queda mudo ante aquella aparición, atónito ante tal aviso. Y en ese mismo momento quiere ya abandonar aquella tierra. ¿Pero cómo se lo dirá a su amada Dido? Lo primero que decide es mandar a los suyos que preparen las naves para irse, pero que lo hagan con disimulo, sin decir nada a nadie. Mientras tando, él pensará cómo decírselo a la noble reina.
    Todos le obedecen contentos.
  

1 comentario:

  1. Excelente blog! aporta mucha y buena información, las reseñas son impecables. Las docentes y lectoras, agradecidas!

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